LEOPOLD LINDTBERG: EL CONTRAPLANO HUMANISTA AL HORROR DE LA GUERRA
Suiza, Segunda Guerra Mundial. Rodeada de barbarie y destrucción, la neutralidad convierte al país en un páramo de paz en Europa. Una situación que no pocos observan con inquietud y vergüenza, impotentes ante lo que ocurre a su alrededor. El cineasta, se preguntará alguno, ¿no está obligado a inmortalizar lo que pasa al otro lado de sus fronteras? ¿No debe acaso, ante ocasiones como estas, tomar una posición de denuncia urgente?
Posiblemente estos pensamientos tenía Leopold Lindtberg en la cabeza cuando en 1944 hizo Marie-Louise, historia sobre una niña refugiada francesa que le valió la proyección internacional que antes le había sido negada y que acabó consiguiendo el que sería el primer Oscar en la categoría de guion original para una película extranjera.
Pero Lindtberg, de origen vienés, no era un primerizo cuando ejecutó esta empresa. Huyendo de su Austria natal por motivos políticos, se estableció en Zurich a mediados de los años treinta, donde trabajó en la Schauspielhaus, que en aquel momento acogía a muchos colegas de habla germana que escapaban del nazismo. La productora Praesens-Film, la más antigua de Suiza, todavía en funcionamiento, vio su valía en las tablas y le dio una oportunidad en el cine en 1935 con Jä-Soo. A lo largo de la próxima década se dedicó a realizar todo tipo de películas, sobre todo comedias y de género –destaca el policial Wachtmeister Studer (1939)– pero es hacia el final de la guerra cuando Lindtberg va a desarrollar su carrera internacional, marcada por un crudo verismo, no exento de vena poética, que observa los horrores de la guerra con rabia contenida y un profundo humanismo.
A la ya citada Marie-Louise se suman en esta pequeña retrospectiva La última oportunidad (1945), Cuatro en jeep (1951) y La aldea (1953). La primera de ellas sigue a la niña refugiada del título, que huye de los bombardeos de Ruán para ser acogida por una familia de Zurich durante tres meses en un programa de la Cruz Roja internacional. Lindtberg estaba interesado en mostrar la pegada psicológica en la infancia del conflicto, especialmente la dureza de tener que partir de una situación de asilo temporal, lo que suponía un importante choque emocional tanto para los jóvenes como para las familias de acogida.
Marie-Louise está interpretada en la cinta por una niña refugiada de verdad, Josiane Hegg, la actriz no profesional más importante de un reparto que no rehuye incluir otros rostros sin experiencia previa y sacados literalmente de la calle. El hecho de que Lindtberg ruede en exteriores con luz natural y que incluya intercambios en francés y alemán con variantes dialectales propias de la zona aporta todavía más verismo si cabe.
No obstante, hay que decir que el filme tiene un tono amable. La presencia de Heinrich Gretler como el cabeza de familia bonachón, inicialmente cascarrabias, pero que acaba rendido a los encantos de Marie-Louise, a quien trata con ternura, no es casual. Gretler, poco conocido fuera de sus fronteras, fue la gran figura del cine suizo en los años treinta-cuarenta en este tipo de papeles bienintencionados. Sin duda su nombre en el cartel contribuyó a que la película fuese vista en Suiza por un millón de personas en su estreno.
Otro de sus grandes aciertos es el guion, firmado por Richard Schweizer, ganador del Oscar por el libreto.
Para su siguiente largo, Lindtberg y Schweizer decidieron dar un paso al frente con su más áspera y comprometida La última oportunidad, una producción que se encontró con todo tipo de trabas administrativas por parte del gobierno federal para impedir su filmación y posteriormente que fuese proyectada. Los lazos del director y guionista con la Schauspielhaus, a la que el gobierno consideraba un ‘nido de refugiados’ con conexiones comunistas, ponían las cosas difíciles al dúo de cineastas.
Si en Marie-Louise se centraban en una niña, aquí el rango se amplía, tomando como centro de la acción a un grupo de refugiados judíos en Italia, que intentan alcanzar la frontera suiza para estar a salvo, huyendo de los nazis. El filme se abre con dos soldados, uno británico y otro norteamericano, que se encuentran perdidos en tierra de nadie y deciden colaborar para sobrevivir. Aunque inicialmente pretenden partir solos, las injusticias que contemplan los arrojarán a ayudar al prójimo en un acto desinteresado que los pone a ellos mismos en peligro de muerte, pues el ejército alemán les pisa los talones.
La última oportunidad funciona como un filme bélico de alta tensión, pero por el camino muestra una realidad dolorosa que nadie antes había retratado en pantalla. Lindtberg relata que se quedaron cortos: “La historia del filme es un cuento de hadas inofensivo si se compara con los hechos reales. […] No es un filme para aquellos que han conocido infortunios, sino para los otros –los felices, los perdonados– y quizá los anime a reflexionar”.
El resultado es fruto de una larga investigación de Schweizer, quien recogió múltiples testimonios durante años para poder trasladar las historias de estas personas reales a sus alter egos de ficción. Las políticas de asilo de Suiza sin duda fueron estudiadas por el guionista, que las incluye con espíritu crítico en una secuencia que no deja bien a los dirigentes helvéticos de la época.
La recepción del filme volvió a ser magnífica. Gran Premio en el festival de Cannes y un Globo de Oro avalan su trayectoria.
La británica Elizabeth Montagu venía de supervisar diálogos para Alexander Korda en Un marido ideal (1947), Julien Duvivier en Ana Karenina (1948) y Carol Reed en El tercer hombre (1949). Hizo lo mismo con los soldados en La última oportunidad, asegurándose de que la jerga utilizada y las variantes dialectales eran las correctas. Schweizer y Lindtberg quedaron tan impresionados con su capacidad para manejarse con estos diálogos interlingüísticos que en su siguiente producción la ascendieron a coguionista y codirectora. Cuatro en jeep es un proyecto muy querido para Lindtberg, pues supone para él volver a su Viena natal tras la guerra. Una vez más, gloria en los palmareses: Oso de Oro de la Berlinale, polémica en Cannes. El filme iba a inaugurar inicialmente el festival, pero la delegación rusa, con el realizador Vsévolod Pudovkin y el actor Nikolay Cherkasov a la cabeza, se negó, argumentando que la película generaba sentimiento antisoviético. La dirección del certamen decidió relegar el filme a otra sesión en la segunda jornada.
La ficción muestra una Viena dividida en cuatro partes, como ocurría en Berlín, supervisada por los ejércitos francés, inglés, norteamericano y ruso. Cuando un convicto austriaco escapa de las manos de los soviéticos antes de su liberación, la tensión aumenta entre los contingentes. Rodada a orillas del Danubio en varias de las localizaciones que, al mismo tiempo, estaba usando El tercer hombre, ese ambiente de Viena como el centro neurálgico del espionaje europeo durante la Guerra Fría está aquí también presente.
La polémica en Cannes se debió al retrato más superficial y algo temeroso hacia el contingente ruso, cuando los destacamentos occidentales son presentados con mayor rigor y humanizándolos más con diversos aspectos de sus vidas privadas. Más allá de este punto, la película se esfuerza precisamente en mostrarse como imparcial y critica la situación de mutuo resentimiento y desconfianza que la guerra ha causado, abogando por una reconciliación.
El humanismo llega hasta el punto final de la filmografía de Lindtberg, expresado con la mayor de las intensidades en La aldea (1953), ganadora del bronce en Berlín y también presentada en Cannes. En esta, vuelve al tema de los niños refugiados, mostrando cómo funcionaban las escuelas que acogían a huérfanos de guerra en Suiza tras la Segunda Guerra Mundial. De alguna manera, es la heredera argumental y espiritual de Marie-Louise.
Lo más sorprendente de esta cinta quizá vuelva a ser el casting. Si en su hermana perfecta de programa doble, Hegg había sido sacada de entre las chicas de acogida, aquí el elenco completo de alumnos sale de escuelas de este tipo. Habiendo trabajado con los chavales durante meses con un grupo de teatro, se muestran entonces preparados para emprender un rodaje con profesores que sí son actores profesionales. Jamás ha tenido Lindtberg un reparto tan internacional. Toman el timón la diva de Ingmar Bergman Eva Dahlbeck y el bregado inglés John Justin, como los tutores de los niños, que se acaban enamorando. Su, de alguna manera, inocente relación, privilegia de nuevo una visión positiva y sanadora ante las consecuencias más duras del conflicto bélico. No puede sin embargo decirse que Lindtberg sea un iluso. Reserva para el último acto dos giros tan punzantes como realistas que nos recuerdan que la vida está llena de momentos injustos y que el ser humano no puede sino afrontarlos con la mayor de las enterezas posibles en su afán por llevar una existencia plena.
El director se permite evolucionar hacia un estilo que no teme por momentos tintes abstractos ni la introducción de pequeños elementos fantásticos o, cuando menos, de mayor exaltación plástica, con secuencias que recuerdan al barroquismo de Orson Welles en los años cuarenta.
Quizá La aldea sea la cima de su cine, aunque tras esta decidió no hacer más películas y concentrarse en el teatro y la televisión. Estas cuatro cintas nos descubren un director atípico y de profundo calado humanista, comprometido con su tiempo y seguramente injustamente olvidado, a pesar de haber gozado en su momento del prestigio de los premios y el apoyo de crítica y público. El trabajo de la Cinémathèque Suisse en la recuperación de estos títulos digitalizados nos permite hoy volver a él en todo su esplendor.